domingo, 28 de septiembre de 2008

Cuando la plaza se engalana

Si mi memoria no falla, creo que no ha existido celebración dieciochera fuera de mi natal Osorno; esté donde esté y suceda lo que suceda, las fiestas patrias toda mi vida la he pasado en este lugar. Y este año no fue la excepción, por tal razón fui testigo de cómo por un par de días nuestra ciudad fue transformando su rostro. El mismo semblante que a veces miramos con desidia y otras con optimismo, pero que se engalana o intenta hacerlo cada aniversario del país.


Ciertamente el gran ícono de celebración osornina ha sido por años la plaza de armas, lugar donde tradicionalmente se llevan a cabo una serie de actividades como concursos de cueca; presentación de conjuntos folclóricos; y por supuesto, la instalación de una feria con locales dedicados a la artesanía, volantines, golosinas, entre otras cosas.

Si bien se han hecho distintos esfuerzos por diversificar el lugar de emplazamientos de las actividades dieciocheras a otras áreas de interés como el Parque Chuyaca (donde este año se realizaron los juegos criollos), la reina indiscutida de las fiestas patrias es siempre la misma: la plaza.



Es evidente que muchas cosas han cambiado, de partida el traslado de los fuegos artificiales hacia la Villa Olímpica ha menguado el volumen de personas que cada 19 de septiembre se dejaba caer sagradamente por plaza de armas y sus calles aledañas. No lo sabré yo que durante mi adolescencia asistí de manera casi ritual a ver los fuegos, cuando no había mejor panorama que reunirse con los amigos e ir “en patota” a presenciar el espectáculo pirotécnico.

No obstante, la plaza sigue teniendo sus ritos, aquellas particularidades que la distinguen de las otras plazas cívicas del país. Tal vez la más reconocida es la vieja costumbre de sorprender con un puñado de challa al transeúnte, mientras éste camina con la boca abierta. Todos hemos caído en este juego, por lo menos cuando éramos niños o adolescentes.


Esta acción tan sencilla transforma las grises veredas en extensos pasillos blanquecinos que unidos a los puestos multicolores matizan cada 18 de septiembre la plaza de nuestra ciudad.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Cambiar la mirada

Osorno es una ciudad particular dentro del circuito de urbes que conforman la región de la Araucanía, Los Ríos y Los Lagos. Sin ser un lugar pequeño y teniendo una población importante, Osorno despierta entre la gente una sensación pueblerina, de un espacio que no cambia en el tiempo y que de nos ser por un par de edificios de altura y otras construcciones bien podría pertenecer a cualquier época. Una sensación atemporal que yo adoro y a ratos también detesto.

El problema de Osorno, es que teniendo tantas potencialidades, al ser definitivamente más segura que sus vecinas, teniendo dos ríos importantes y estar geográficamente bien ubicada, no despega.

Osorno está ubicada a nos más de 60 kilómetros de uno de los parques nacionales más visitados por extranjeros en Chile. Me refiero al Parque Nacional Puyehue, sin duda una de los más hermosos del país. Asimismo, la ruta que lleva a este lugar es la misma que une a Osorno con Bariloche, ciudad Argentina de innegable carácter turístico a la cual se accede por el paso Cardenal Samoré en menos de cuatro horas.


Que decir de su cercanía con el lago Llanquihue, Ranco, Rupanco, y el mismo Puyehue, siendo punto de partida de varios paseos familiares durante la época estival.

Sin embargo, en Osorno las potencialidades turísticas no se explotan, no se difunden. El atractivo durante los últimos años se ha concentrando en la organización de un Festival de la Carne y la Leche, que de ésta última ya casi nada tiene, siendo la producción lechera la gran ausente en la última versión. Por si fuera poco, hace unos años atrás ni siquiera figuraba como destino en la Guía de Turismo Joven publicada por el Sernatur.

Hoy, algunas cosas se vislumbran para la ciudad como el término de tres construcciones emblemáticas: un nuevo hospital, el mall y un casino junto al río Rahue. Todas estas obras prometen dar mayor dinamismo a Osorno. Lo anterior, aunado a la revalorización del Fuerte Reina Luisa, monumento histórico que fue estucado recientemente con una gran inversión, dando mayor belleza a un entorno privilegiado.


Todo esto procura una sensación de conformidad, de que las cosas comenzarán a hacerse bien y que la ciudad avistará un verdadero cambio que la colocará de frente a la las otras urbes, como antaño cuando a principios del siglo XX la actividad económica era pujante en la provincia.


No obstante, no es suficiente, hacen falta varios compromisos: los del gobierno, el de privados y el de mismos osorninos. El del gobierno, en cuanto la fidelidad de Osorno a permanecer en la Región de Los Lagos sea contemplada como la ocasión perfecta para descentralizar las oficinas y organismos públicos, tal cual se prometió. Porque todavía nada ha cambiado. El mejoramiento de las principales arterias de la ciudad, considerando que la ciudad crece y el tráfico es un problema no menor. Asimismo medidas gubernamentales respecto al tema de la contaminación por el uso de leña, tema que se soslaya constantemente, sobre todo ad portas de las elecciones municipales.

Pero pese a todos lo cambios que se esperan, nada dará un giro si los mismo osorninos no se vuelven embajadores de su tierra y por el contrario, mantienen y reproducen en el tiempo una disposición derrotista hacia la ciudad. Una actitud que sólo mejora en términos deportivos cuando Osorno conquista algún título deportivo tanto en fútbol como en básquetbol, y eso sin querer ser despectiva con los deportes, porque soy una admiradora de ellos. El cambio está en ampliar la mirada, pues si sólo nos limitamos a esa esfera seguiremos –como siempre- emocionándonos por las mismas cosas y celebrando como única presea un título Dimayor en la plaza de armas.